miércoles, 8 de octubre de 2014
"Lo suyo ya no era vida, dejó de serlo en cuanto él decidió marcharse de ella..."
Acostada sobre la cama, observaba cómo las manijas del reloj seguían en marcha, escuchaba caer las gotas de lluvia sobre la ventana, sentía cómo soplaba el viento, y la calaba en lo más hondo de su piel. Poco a poco vio cómo iba saliendo el sol, los pájaros cantaban, el semáforo cambiaba de verde a rojo, y de rojo a verde, escuchaba alguna que otra risa en la calle, veía parejas enamoradas caminar de la mano, y escuchaba el llanto de algún bebé. Solo había dejado de llover ahí fuera, dentro de ella parecía que la lluvia no cesaba nunca. La vida seguía, el mundo no se había quedado parado porque ella no tuviese fuerzas para seguir viviendo. Y es que, lo suyo ya no era vida. Dejó de serlo en cuanto él decidió marcharse de ella. Había tenido sus ojos color café calmando cualquier daño, y de repente se vio sola, se había esfumado todo, como el humo del último cigarrillo que compartieron. Había fotos esparcidas por toda la habitación. Fotos de aquel tiempo donde ella fue la persona más feliz del mundo, y ojalá esa felicidad hubiese sido eterna, a su lado. Y es que en días como esos, lluviosos y tristes, su recuerdo pesaba mucho más. En aquellos días, él solía abrazarla, darla su calor, la protegía del frío y de todo lo malo. Y ahora ya no tenía sus brazos para seguir protegiéndola, para seguir calmándola, y se sentía sola, y tenía miedo Ya solo la quedaban un puñado de recuerdos. Recuerdos que posiblemente solo recordara ella. Y como vino, se fue. No le importó su dolor, no le importó aquellos momentos de felicidad que compartieron. Se marchó, se marchó por una que le daba placer. Prefirió un par de besos de una que solo le quería para un rato, antes que el amor de ella, que le quería para toda la vida. Se olvidó y se esfumó todo por completo. Pero ella tenía que pensar, tenía que olvidar. Dos segundos bastaron para acabar con todo. Él había pronunciado el último “adiós”, y ella, sabía que esta vez era para siempre. La costaba respirar, la temblaba el pulso y las lágrimas amenazaban con salir, vivir era lo más duro de todo. Sabía lo poco que valía su vida si él no estaba a su lado. Pero se aguantó. Tenía que hacerlo, porque ante todo estaba ella. Sabía que poco a poco iba a superarlo, que ahora dolía, pero luego no se siente. Algo así como una anestesia. “Sé fuerte”, le decía algo en su interior. Sé fuerte. Él la había amado una vez, de eso estaba segura. Pero aunque sus cuerpos volvieran a encontrarse, sus almas jamás volverían a tocarse. “Todo irá bien”, pronunció él con un leve susurro justo antes de marcharse para siempre. El recuerdo de aquel abrazo aún le hacía tiritar. Pero mintió, volvió a mentir de nuevo, porque ya nada iba bien, nada volvería a ir bien nunca. Y ella lo sabía, pero se obligaba a creerle, necesitaba creer que todo ese dolor que ahora sentía, dentro de un tiempo no sería más que un mal recuerdo. Necesitaba creer que todo iba a ir bien.
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